La Red Social
Mi generación Millennial tuvo la fortuna de crecer de la mano con el acelerado desarrollo de las nuevas tecnologías. Fuimos pioneros en el uso avanzado de los computadores, internet y por lo tanto las redes sociales. Disfrutamos desde finales de los años 90’s de la mensajería instantánea con Messenger, de la publicación de fotos/información a principio de siglo con MySpace y Facebook, y a la fecha seguimos haciendo uso de las diferentes plataformas digitales en prácticamente todas las esferas de nuestra vida.
Sin duda alguna, las redes sociales han traído consigo muchas ventajas, nos han servido de herramienta para tener mejor visibilidad profesional (LinkedIn), encontrar pareja o nuevos amigos (Tinder), posicionar marca personal o de emprendimientos (Instagram), generar conciencia o llamar la atención sobre en tema en particular (Twitter) y tal vez la más importante, poder comunicarnos de manera instantánea sin fronteras (WhatsApp); pero también mucho se ha hablado del efecto que causa en la salud mental el uso de estas aplicaciones.
Debido al efecto que tiene en el cerebro, las redes sociales son adictivas tanto física como psicológicamente. Según un estudio de la Universidad de Harvard, la divulgación voluntaria en los sitios de redes sociales ilumina la misma parte del cerebro que también se enciende cuando se ingiere una sustancia adictiva. Múltiples estudios han encontrado un fuerte vínculo entre el uso excesivo de las redes sociales y un mayor riesgo de depresión, ansiedad, soledad, autolesiones e incluso pensamientos suicidas.
Personalmente he sido fan de las redes sociales, pero siempre he estado lejos de buscar aprobación, likes o followers. Simplemente las disfruto. Sin embargo, en las semanas pasadas, pude experimentar esos efectos negativos que tanto se han estudiado en los últimos años.
Por un evento muy desafortunado en la salud de mi mamá, me vi forzada a cambiar mi vida por completo, para adecuarme a una nueva realidad que incluye estar todo el día en las cuatro paredes de una habitación hospitalaria. Dejar mi casa, mi perro, mis planes, mi vida; para estar a disposición de mi mamá en una clínica, en otra ciudad y en otras condiciones, generó en mí un reto mental muy grande. Y es que si bien, todo lo que se hace con amor es gratificante, eso no significa que no deje ser difícil.
Es así como en los días que a veces se hacen interminables en el mueble azul que está entre la cama y la pared, y el cual se volvió mi cama, mi escritorio de trabajo, mi silla para descansar y hasta en la almohada para llorar; empecé a pasar más tiempo del debido en las redes sociales. Hasta que un efecto totalmente contrario a lo que buscaba ocurrió. Me encontré a mí misma haciendo scrolling por un montón de vidas perfectas que lejos estaban de ser la mía en ese momento. Fue inevitable no comparar mi “miserable” realidad con la vida maravillosa de esas personas que anunciaban un matrimonio o un embarazo, que subían fotos en sus espectaculares viajes, que gritaban su felicidad a los cuatro vientos, mientras yo, seguía sentada en el mueble azul de la habitación 910 una semana más.
No me pregunten que pasó, por qué pasó o cómo terminé en esa situación; simplemente mi cerebro empezó a consumir tanta basura digital, que se le olvidó distinguir entre la realidad y las redes sociales. Yo sé que nadie tiene vida perfecta, que las redes sociales solamente muestran una parte de la realidad y que selfies vemos, pero corazones no sabemos; sin embargo, estaba tan consumida que fue imposible no sentir ansiedad y depresión.
Así que tomé la más sabia decisión para ese momento y desinstalé mis redes sociales del celular, hoy son 2 semanas sin infoxicación. Y aunque tal vez 2 semanas no son mucho, para mí cerebro y mi paz mental, han sido una gran medicina.
Salir de las redes digitales me ayudó a reconectar conmigo misma y conectar con lo que verdaderamente importa, mi red social.
Y es que la verdadera red social no está en Instagram, Facebook o Twitter. La red social que vale la pena construir, alimentar y mantener es aquella que conforman los amigos; esos amigos que todos los días me preguntan cómo estoy, los que me dan ánimo para que no se me acabe la fuerza, el amigo que me cuida el perro para que yo pueda estar tranquila en otra ciudad, los amigos que me traen mi almuerzo favorito a la puerta de la clínica para alegrarme el día, los que sin necesidad de pedirles me tienden la mano económicamente para ayudarme con los gastos, los que me invitan a un plan diferente para sacarme de la rutina, los que hacen que mis días tengan una risa o algo agradable en que pensar. Esa es la red social de la que todos tenemos que estar agradecidos y orgullosos de haber construido.
Eso no significa que no volveré a mis redes sociales digitales; significa que volveré más consciente, más desconectada de la virtualidad y más conectada con la realidad, que contralaré los tiempos que pase en ellas para no dejarme absorber nuevamente, seré más cuidadosa con las personas que acepto o que sigo y con el contenido que comparto y que consumo; simplemente tendré una relación más sana con ellas y con todo en general.
Termino este post con el corazón hincado de felicidad de ver mi maravillosa red social; esa red que no me ha dejado sola un sólo instante, esa que siempre está para llorar o reír, esa que, aunque me caiga mil veces, sé que no se va a romper; porque como una buena red antiácidas, brinda protección y resguarda la vida.
Pd: A todos mis amigos que hacen parte de mi red, mi agradecimiento infinito por todo y si me conocen bien, saben que lloré escribiendo esta última parte. Los amo.
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